Hoy, como cada año, lloramos la pérdida de un amigo, un mentor, ese otro abuelo que forma parte de una gran familia, la de las Sociedades Tolkien de todo el mundo.
Hoy es el día en que volvemos a decir: brindamos por tu descanso, Profesor.
El 2 de septiembre de 1973 nos dejó J.R.R. Tolkien para reunirse con los elfos más allá del mar.

Pero nos quedarán por siempre sus palabras, más brillantes que el más brillante de los silmarills.
Hoy, como cada aniversario de su muerte, toca leer un fragmento.
Yo he elegido este: la aparición de Glorfindel.
"El camino se extendía bajo las sombras alargadas del atardecer, apacible y desierto. No había otra ruta posible, de modo que bajaron por la barranca y torciendo a la izquierda marcharon a paso vivo. Pronto la estribación de una loma interceptó la luz del sol que declinaba rápidamente. Un viento frío venía hacia ellos desde las montarías que sobresalían allá adelante.
Empezaban a buscar un sitio fuera del camino donde pudieran acampar esa noche, cuando oyeron un sonido que los atemorizó de nuevo: unos cascos de caballo que resonaban detrás. Volvieron la cabeza, pero no alcanzaron a ver muy lejos a causa de las idas y venidas del camino. Dejaron de prisa la calzada y subieron internándose entre los profundos matorrales de brezos y arándanos que cubrían las laderas, hasta que al fin llegaron a un monte de castaños frondosos. Espiando entre las malezas podían ver el camino, débil y gris a la luz crepuscular allá abajo, a unos treinta pies. El sonido de los cascos se acercaba. Los caballos galopaban, con un leve tiquititac tiquititac. Luego, débilmente, como si la brisa se lo llevara, creyeron oír un repique apagado, como un tintineo de campanillas.
-¡Eso no suena como el caballo de un jinete Negro! -dijo Frodo, que escuchaba con atención.
Empezaban a buscar un sitio fuera del camino donde pudieran acampar esa noche, cuando oyeron un sonido que los atemorizó de nuevo: unos cascos de caballo que resonaban detrás. Volvieron la cabeza, pero no alcanzaron a ver muy lejos a causa de las idas y venidas del camino. Dejaron de prisa la calzada y subieron internándose entre los profundos matorrales de brezos y arándanos que cubrían las laderas, hasta que al fin llegaron a un monte de castaños frondosos. Espiando entre las malezas podían ver el camino, débil y gris a la luz crepuscular allá abajo, a unos treinta pies. El sonido de los cascos se acercaba. Los caballos galopaban, con un leve tiquititac tiquititac. Luego, débilmente, como si la brisa se lo llevara, creyeron oír un repique apagado, como un tintineo de campanillas.
-¡Eso no suena como el caballo de un jinete Negro! -dijo Frodo, que escuchaba con atención.

Trancos dejó de pronto el escondite y se precipitó hacia el camino, gritando y saltando entre los brezos, pero aun antes que se moviera o llamara, el jinete ya había tirado de las riendas y se había detenido levantando los ojos a los matorrales donde ellos estaban. Cuando vio a Trancos, saltó a tierra y corrió hacia él gritando: Ai na vedui Dúnadan! Maegovannen! La lengua y la voz clara y timbrada no dejaban ninguna duda: el jinete era de la raza de los elfos. Ningún otro de los que vivían en el ancho mundo tenía una voz tan hermosa. Pero había como una nota de prisa o temor en la llamada y los hobbits vieron que hablaba rápida y urgentemente con Trancos. Pronto Trancos les hizo serías y los hobbits dejaron los matorrales y bajaron corriendo al camino.
-Este es Glorfindel, que habita en la casa de Elrond -dijo Trancos. -¡Hola y feliz encuentro al fin! - le dijo Glorfindel a Frodo-. Me enviaron de Rivendel en tu busca. Temíamos que corrieras peligro en el camino."
Por el Profesor, ¡Alzo mi copa....!