lunes, 28 de abril de 2008

Cavando más profundo hasta la locura misma

La caída de Khazad-dûm durante la Tercera Edad no es una excepción en la obra de Tolkien, sino más bien el corolario de la larga cadena de destrucciones de ciudades del mundo antiguo que llevan a borrar de la faz de la tierra todo lo que fue, dando paso a una Cuarta Edad sin ya apenas rasgos míticos y en un claro descenso a la mediocridad prehistórica.

Lugares como Gondolin, Nargothrond, Doriath, Belegost, Númenor, Osgiliath representan la irremediable levedad de cualquier obra hecha en un mundo herido por la marca de Melkor. Ni el poder de los Noldor, ni el de Melian, ni el de los dúnedain, resistió a la maldad que Morgoth desató contra todos ellos. Ni altas torres, ni negras murallas, ni el secreto de las cuevas o los bosques, al final el negro destino corroe lo que, por un tiempo, se alzó a los cielos como muestra de la grandeza de los hijos de Ilúvatar.

Khazad-dûm, el reino de Durin, padre de los Enanos, predilecto del mismo Aulë-Mahal, el Hacedor, soporto la pesada carga de los años, los siglos, las edades, tras sus fuertes puertas y bajo el poderoso abrigo de las Montañas Nubladas. Convirtiéndose en refugio de los exiliados de Belegost y Nogrod, forjando poderosas alianzas con Celebrimbor, acudiendo a la llamada de la Última Alianza.

Pero no sería un enemigo extranjero el que destruyese a la más noble y fuerte de las mansiones de los Enanos. No sería el orco ni el oriental. No sería el hombre o el elfo. Khazad-dûm sucumbió por la traición de su propia codicia, por el ansia de su propio orgullo, cegada por la locura de la búsqueda incansable. Arrastrada a su tumba por la plata verdadera.



¡El mithril!


Que daba forma y esplendor a la Casa de Durin; que era trabajado con especial dedicación y habilidad por los forjadores de Khazad-dûm; que era el orgullo del Enano. Pero que fue, al final, la causa de su destrucción.

Las vetas de aquella plata verdadera sólo se podían encontrar en las profundidades de las Montañas Nubladas. Cada vez en lugares más profundos y oscuros. Y los enanos, atraídos por su valor y brillo, cegados por su codicia no dudaron en escavar más allá de dónde les dictaba la prudencia y la cordura, bajo las raíces mismas de Caradhras. Fue entonces cuando despertaron a uno de los temidos Balrogs de Melkor.

El Balrog, el Daño de Durin, que yacía bajo aquellas montañas desde la caída de su amo al final de la Primera Edad de Arda y que ahora, liberado por los enanos, se enseñoreó de Khazad-dûm tras terminar con la vida del rey Durin VI y de su hijo Náin I.

La Mansión de los Hijos de Durin fue abandonado y se convirtió en el lugar de oscuridad y agonía que pasó a llamarse Moria. Dónde antes hubiese esplendor ahora había miseria; en lugar del fuego de las fraguas se alzó el fuego oscuro; la antigua fortaleza de los Enanos pasó a ser un cubil de las tinieblas.

Pero se dice que la locura de los enanos fue, en realidad, un designio oscuro traído desde la tierra de Mordor por el propio Sauron. Que no estaba en los anhelos del pueblo de Khazad-dûm el cavar tan hondo pues sabían que, en las profundidades del mundo descansan seres que escapan al conocimiento y el poder de los Hijos de Ilúvatar. Pero se interpuso en su prudencia la mentira y maldad de los Siete Anillos de Poder.

Uno de los anillos fue entregado al rey de Khazad-dûm y aunque, por su resistencia y coraje, no inclinó su voluntad al mal, sí que desató su avaricia, desencadenando la búsqueda del mitrhil hasta lugares dónde, de otro modo, jamás hubiese ido su pueblo.

La caída de Khazad-dûm, sin embargo, tiene una diferencia sustancial que la eleva por encima de los destinos de las otras grandes "fortalezas" o ciudades del mundo antiguo. Esa diferencia estriba en la existencia de una profecía que asegura que llegará un nuevo rey Durin (Durin VII) que estará llamado a retornar a Khazad-dûm como soberano y señor, y con él su pueblo reconstruirá el esplendor perdido de los Salones de Piedra. Será entonces cuando, finalmente, desaparezca oculto por siempre el reino de Moria de los registros de los hombres, entrando a formar parte de las leyendas y los mitos que han llegado hasta nosotros.