
En la red de engaños que Sauron tejió alrededor de los Elfos, los Enanos y los Hombres cuando creó el Anillo Único, su plan se encontró con obstáculos que no había previsto y que, a la larga, se volvieron contra él facilitando su caída.
Los
Anillos élficos, limpios de cualquier mácula gracias a Celebrimbor, se convirtieron en poderosas armas en manos de Galadriel, Elrond y Gandalf (a través de Cirdan), permitiendo que Lórien, Rivendel y Mithlond se convirtiesen en verdaderos bastiones inexpugnables más allá del poder del Señor Oscuro extendía sobre el resto de la Tierra Media.
Los
Anillos humanos, pese a lograr que nueve grandes Señores sucumbiesen, sólo aportaron a Sauron un grupo de esclavos de gran poder pero escasa autonomía. El terror que inspiraban era parejo a su limitada capacidad de obrar por sí mismos hasta el punto de que, en puridad, no eran mucho más que tenebrosos perros de presa.
Los
Anillos enanos, por el contrario, ni crearon esclavos de Sauron ni sirvieron para crear grandes refugios que se opusiesen a los designios del siervo de Melkor. En el pueblo de Aulë el poder de esas joyas envenenadas agudizó la avaricia natural a sus gentes, provocando que dónde antes existía un simple afán por la belleza y la exaltación del trabajo del metal, se instalase la perentoria necesidad de conseguir más y más, por el mero hecho de acumular riqueza. Y esta búsqueda incesante será la que enfrente a los Enanos a enemigos que les superaban en Poder provocando la ruina del linaje de Durin. El
Balrog asoló Khazad-dûm y
Smaug, el dragón, se enseñoreó de Erebor por un tiempo.
Pero ningún enano, ni aún portando alguno de los Siete Anillos, se unió a Sauron o cedió a sus designios. Los Señores Enanos sucumbieron pero nunca traicionaron ni a su linaje, ni a Aulë y, llegado el momento de la verdad y la prueba de la lealtad, no dudaron en apostarse junto con los otros Pueblos Libres.
El Señor Oscuro, al percatarse de que los enanos no seguirían los pasos de los hombres, intentó recuperar los Anillos que obraban en su poder. De los Siete logró recuperar tres pero el resto se perdieron para siempre y no unieron su poder al del Enemigo.
Los Anillos de Poder aunque no obraron la traición de los Enanos sí que destruyeron sus reinos y riquezas. En apariencia el daño provocado parecería un triunfo del Mal. Pero, ¿no es por medio del Balrog y el sacrificio de Gandalf que el Mago Gris se transfigura en el Blanco?¿no es la destrucción de Khazad-dûm la que creará la fortaleza enana de Erebor dónde chocarán las fuerzas de Sauron que pretendían arrasar el Norte mientras se sitia Minas Tirith?¿no es el exilio de Thráin I, hijo de Naín I, último rey de Khazad-dûm, el que permitirá que un buen día se encuentren "por casualidad" Gandalf y Thorin, Escudo de Roble?
Y es que, aunque el Mal se agite y corrompa las cosas, al final, hasta su existencia se somete a designios mucho más elevados que moldean la Tierra Media. Porque, aunque Sauron causó grandes daños a los Enanos, ni siquiera él podía imaginar que de sus actos (engañar, manipular, someter, esclavizar, destruir, arrasar, traicionar) nacerían las esperanzas y fuerzas que provocarían su caída y desaparición.
Los Siete Anillos, llegado el momento, se doblegaron ante un linaje tan antiguo como el mundo y tan profundo como las raíces de Caradhras. El linaje de
Durin, el Inmortal, rey de Khazad-dûm.

A.